Nuestro capellán Manuel Valentini, nos cuenta su encuentro con el Papa Francisco en septiembre de este año
“Viajé al Viejo Mundo con la idea de perfeccionar mi formación académica en teología y filosofía. Puesto que mi trabajo pastoral consiste en la celebración de los sacramentos, en la predicación y en la enseñanza de la doctrina cristiana, veo necesario seguir creciendo en conocimientos y experiencia para poder servir con más eficacia a las personas que el Señor pone a mi cuidado.
Descubrí que en septiembre de este año se celebraría en Roma el Congreso Tomista Internacional, cuyas fechas calzaban exactamente con la semana de vacaciones de fiestas patrias. Era una ocasión ideal, así que pregunté a mis «jefes» y encantados me facilitaron los permisos necesarios para hacer el viaje. Quise aprovechar, además, de pasar unos días a Alemania para visitar a mi hermano y bautizar a mi sobrino Mateo.
El Congreso fue muy intenso: durante 4 días completos asistíamos a unas 10 conferencias diarias. Los expositores matutinos eran los grandes expertos de nuestro tiempo en la filosofía y la teología de santo Tomás de Aquino. La idea de fondo era mostrar cómo la doctrina filosófica y teológica del Aquinate está o puede estar vigente en la discusión académica de nuestros días.
Tanto en las aulas como en los pasillos y los coffee breaks se escuchaba hablar en italiano, inglés, francés y español; pero sobre todo predominaba el inglés, como lengua en la que todos nos podíamos entender. Mi primer consejo a los jóvenes es que aprovechen todas las ocasiones para perfeccionar las lenguas extranjeras y principalmente la inglesa. Es la puerta para entrar y relacionarse en el mundo globalizado en que vivimos.
La segunda enseñanza es que el desarrollo doctrinal que hizo santo Tomás de Aquino es enorme y, si lo estudiamos, puede ser una herramienta muy adecuada para discernir lo valioso y lo que no lo es en las corrientes ideológicas de nuestro siglo”
Dos encuentros especiales
“En Roma tuve dos encuentros muy especiales. El primero fue el 18 de septiembre, cuando me invitaron a almorzar en Villa Tevere para celebrar el 40 cumpleaños de un chileno que vive ahí. A ese festejo asistió el Prelado del Opus Dei, don Fernando Ocáriz. Tuve la suerte de saludarlo e intercambiar unas palabras con él: le conté sobre un amigo que está necesitado, le entregué el folleto del Curso de doctrina cristiana organizado por SIEL para padres y amigos de los colegios Montemar y Albamar y le pedí que autografiara una foto de profesores y auxiliares que habíamos sacado pocos días antes en el Montemar. Lo hizo con gusto al momento, arrodillado en el suelo y escribiendo sobre un banco. La foto está de vuelta en el Colegio.
El otro encuentro fue con el Santo Padre. Cuando fui para Roma sabía que el Papa iba a recibir en audiencia al Congreso, pero no me imaginaba que todos los asistentes podríamos saludarlo. Esa sorpresa la recibí el día anterior: un amigo que trabaja en Rome Reports me lo confirmó, e inmediatamente me puse a buscar un traje para la ocasión (la ropa que llevaba era más de «viaje» que de etiqueta). Justo otro amigo sacerdote tenía uno que me quedaba perfecto, así que pude llegar al Vaticano de un modo presentable. Primero tuvimos Misa en el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro, en ese recorrido me encontré con dos estatuas que me llenaron de alegría: la de san Josemaría y la de santa Teresita de los Andes. Lógicamente la oración por Chile salió espontánea.
A los pocos minutos de llegar a la Sala Clementina, nos avisaron que el Papa estaba a punto de entrar. El Santo Padre apareció caminando lentamente ayudado por un bastón; nos sentamos y escuchamos lo que quería decirnos. Traía preparado un discurso en papel, pero prefirió dárselo al director del Congreso para que nos lo pasara después, y en cambio habló, como se dice en Italia, a braccio, es decir, de lo que tenía en el corazón en ese momento. Nos comentó que santo Tomás de Aquino es un maestro y no debemos instrumentalizar al maestro para que diga las cosas que a uno le parecen. En cambio, se debe primero «contemplar» la doctrina del maestro, para luego intentar «explicarla» y finalmente, con mucha cautela, tratar de «interpretarla». Al final de su intervención nos dio la bendición con gran recogimiento, y añadió: «ahora me gustaría saludar a los que quieran saludarme. Pero si alguno no quiere hacerlo, ¡no lo obligo!». Se formó inmediatamente la fila, organizada por los ceremonieros del Vaticano.
Me presenté ante el Santo Padre con las dos manos ocupadas: en la izquierda llevaba otra copia de la foto que se sacaron los profesores y auxiliares del Colegio; en la derecha, el celular con una foto de mi familia. Por eso no pude estrecharle la mano, pero le hice un gesto de abrazo y comencé diciéndole que soy de Viña (el Papa repitió en un susurro, como ubicándose: «de Viña») y que trabajo con jóvenes: le mostré la foto del Colegio y se la expliqué. Luego le mostré la otra foto, a la vez que le decía que somos argentinos que nos trasladamos a Chile; ahí el Papa me preguntó el apellido y después bendijo con su mano esa foto familiar. Después se refirió a la foto del Colegio: «¿esta me la quedo yo? » , me preguntó, y obviamente le respondí que sí. Le pedí que rezara por las vocaciones, le di las gracias y me despedí. Nadie me echó, y menos aún Francisco, que escuchaba con atención, pero la presión psicológica que hacía la fila que tenía detrás era suficiente para no abusar del tiempo del Santo Padre…
Al final, tras regalarnos un rosario a cada uno, el Papa nos saludó y se retiró lentamente, tal como llegó. La alegría de la concurrencia era exorbitante.